Una explicación curiosa.
Querida amiga de las Redes Sociales, la respuesta tal vez le sorprenda, pero es tan simple como el mecanismo de un cortaúñas. La razón es que las raíces de las pestañas no se encuentran en el párpado, sino que se prolongan hasta el paladar. Al aplicar el cepillito del rímel, tiramos ligeramente de ellas y eso nos obliga a abrir la boca.
Normalmente, el rímel se queda en la parte superficial de las pestañas, pero puede suceder que alguno de sus componentes penetre hasta el interior del folículo piloso y acabe llegando hasta las glándulas del paladar. De ahí que a las mujeres que se rizan las pestañas en exceso les acabe sabiendo toda la comida a rímel. Es un sabor dulzón, como de chirimoya mezclada con berberechos, que al principio puede ser desagradable pero acaba resultando adictivo. No es infrecuente el caso de algunos compañeros médicos que ha tenido que recomendar a sus pacientes femeninas una dieta baja en máscara de pestañas.