En la casa de Bernardo Conti, el tornasol de unas magnolias se proyecta contra las paredes blancas. En un plato con agua sobre la mesa flotan flores lilas. Bernardo es el gerente técnico de la Disivión Perfumería de la casa argentina de la empresa Firmenich, una de las empresas internacionales que agrupan señores y señoras con un oficio sofisticado: reconocer aromas y crear perfumes. Bernardo Conti puede reconocer 5000 aromas diferentes utilizando los dos centímetros de papilas olfativas de su nariz que es, en apariencia, como la de cualquier mortal, aunque sólo haya mil en el mundo como la de él. Sin embargo, este hombre, que se recibió de químico en la UBA y que dirige la carrera de Perfumista en la Asociación Argentina de Químicos Cosméticos ( www.aacq.org.ar ), no encuentra en su oficio nada raro.
Es que para uno es un trabajo. Yo siempre olí bien, pero en Europa hay grandes narices creativas. El talento de una nariz no se mide en términos de detección, sino de creación. Perfumistas de línea suprema debe haber 70 en el mundo. Después hay 500 que hacen creaciones, y evaluadores como yo debe haber unos 1000.
Musgos, maderas preciosas, sándalo, jazmín y mandarina, rosas, aguas, fuego, tierra, hongos, árboles. Su nariz hurga en 25 mililitros carísimos y donde otros no huelen nada, él huele todo y más. Los perfumistas son por lo general químicos, y con seguridad gente muy poco inocente. Cada perfume se hace con intención.
Te dicen que hagas un perfume que sea el primer perfume de una chica, o para el hombre de 40 años, divorciado, rejuvenecido. Tiene que tener algo moderno, algo antiguo, y ser el equivalente a una camisa de algodón negra. Moderno, no jugado.
Las tendencias que en los años 80 hicieron que todas usaran perfumes monolíticos como el Poisson, que en plena escalada de la importancia de la mujer en cargos cada vez más importantes servía como reafirmación de la personalidad, son las mismas que impusieron las aguas transparentes y los perfumes con notas de frutales (melón, sandía) en los 90. En estos años, perfumes como Angel, con claras notas de vainilla y chocolate, hubieran sido insoportables años atrás.
Remite a la infancia, porque huele a leche chocolatada, a vainilla, a chocolate. En los 90, la gente empezó a vivir muy aislada, la fobia y el pánico pasaron a ser enfermedades comunes y graves, y los perfumes tienen que dar un halo de protección. La idea es que te recuerde la sensación de que yo estoy jugando acá y mi mamá está cocinando y me vigila...Por eso se usan mucho el caramelo, la leche.
El perfume tiene cabeza, fondo y corazón. La cabeza (los olores que salen primero), el corazón (lo que lo define, por lo que se dice que tal perfume huele a tal cosa) y el fondo (el aroma que queda cuando todos se han ido). Para que un perfume sea bueno debe ser parejo y armónico desde la cabeza hasta el fondo. Así, narices exquisitas manipulan moléculas sintéticas y elementos vegetales, combinando primero en la imaginación y después en el laboratorio lo que ellos imaginan será el próximo sueño de las mujeres y los hombres.
El perfumista es como un pintor, que pone un rojo, lo deja, y al día siguente lo mira y dice no, le voy a poner verde.
Las narices de los perfumes son imbatibles en su capacidad de reconocimiento y la audacia para fabricar aromas: hay un perfume de Miyake, por ejemplo, tan atrevido y vanguardista que huele francamente a hojas fermentadas; una diseñadora francesa lanzó un perfume casi sin olor, que exalta el aroma de la piel; una marca de cosméticos tiene una serie de perfumes nuevos: uno de ellos huele francamente a marihuana mientras el otro tiene una nota urbana de combustibles y asfalto mezclada con flores. Bernardo es capaz de pasar la nariz sobre un brote de cualquiera de estos perfumes y reconocer, allá en el fondo, una nota de musgo, de madera, de bosque.
Me encantó la nota marina del perfume de Bulgari para hombre, y la nota pimienta de Manifesto, de Isabella Rosellini. Estaba puesta esa nota de pimienta y albahaca, sin miedo, como diciendo es el olor de mi familia, ahí está.
Para una nariz tan sensible, los olores cotidianos podrían ser una tortura desagradable, como es para alguien que tiene oído absoluto reconocer un violín desafinado durante todo un concierto. Pero Bernardo dice que no.
Lo que hace uno es valorar cada olor que hay en la vida. Lo vivís con simpatía. Trabajás para rodearte de un entorno que te gusta, pero no es que pretendés que todo el mundo huela bien.